martes, 28 de septiembre de 2010

Despeinado

Despertar y veinte abejas verdes que te traen galletitas con gusto a río o a jazmín los pájaros en el colchón abren las alas y entre las plumas la mermelada tibia se pegotea con tus manos de estrella y plastilina las arvejas se escapan del cajón de las bombachas el olor a sueño y a tostada estira los pies y entre los dedos mariposas de panqueque y abuelas blandas que tejen canciones en tronos de oro blanco y los rulos son persianas de guirnalda tres almendras bailan tangos de papel y te desperezás entre almohadones de manteca tu lengua de luciérnagas que dice buen día se te ensancha la espalda y las ovejas patinan autopistas de arcoiris las gotas tiñen azucenas y el cepillo para qué si sos más lindo despeinado con esa oruga de queso jugueteando en tu sonrisa la acuarela entre los dientes la tormenta de tomates disfrazados de leones si te pica rascate y que bailen las avispas porque hoy te levantaste con la luna en el ombligo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Printemps

Imaginarla, desnuda y violeta, enredada en un océano de pasto y de calor. Sonreír y acercarse, hasta apenas rozarle los labios. Saberla vibrar bajo el vestido, tibia, como invitando a seguir. Y entonces bucear en la infinidad del pelo oscuro y detenerse en el cuello frágil: sentir el latir de la piel humedeciendo el abrazo.

Imprimirle un beso blando, los labios aprendiéndose, masticándose con ternura. Las respiraciones confusas y las lenguas tímidas, jugueteando entre los dientes, enmarañándose entre caricias vivas. El aire pesado y el vaivén de miradas viscosas; los ojos negros llenos de rocío. Y posar entonces la mano en la espalda. Dejar que los dedos recorran cada vértebra de esa espalda interminable y descubierta. Dar con el cierre y bajarlo despacio, descubriéndola, deshojándola entre labios, y brazos, y alientos.

Y mirarla así, tan llena de formas nuevas, una fruta madura y perfecta tendida sobre la alfombra. La piel firme, los párpados bajos, las piernas que envuelven. Recorrerla entera. Sentir las caderas fuertes, el olor a naranja, los pezones de azúcar. Besarla en la boca y resbalar. Probarla; hundirse por fin en el sabor a jabón y a silencio, disfrutarla de a bocados pequeños, mordiéndola apenas, sintiéndola temblar bajo los labios. La cosquilla entre las piernas, intensa. Perderse en cada hueco, ya irrefrenable, dejando brotar el impulso, las ganas de devorarla, de desgastarla hasta dejarla rota. Apretarla contra la alfombra, ella tan mansa y tan mojada, dejándose hacer, mirándote con ojos grandes y abiertos y empapados de mermelada. Y entonces quebrarla. Irrumpirla mil veces, insaciable, su respirar húmedo empañando tu oreja. Enredarse en un nudo de pelo y abrazo y gemir, las pieles erizadas, las uñas en la espalda, el cuerpo entero estremeciéndose hasta estallar, cosquilla infinita, mente en blanco, sol.

Sostenerla, liviana, como un pétalo en el viento.




viernes, 10 de septiembre de 2010

Deshojas

El otoño no terminó nunca. Pasaron los julios y los septiembres. Uno a uno se desplumaron los calendarios, pero el invierno no llegó, y la primavera tampoco.

Las primeras en caerse fueron las hojas. El viento frío las barrió de un bostezo. Inundaron las veredas y las plazas, y cuando ya no quedó una sola hoja en pie, entonces comenzaron a caerse las flores, y luego las ramas, y luego los troncos. La ciudad se vació de verdes, pero el viento no se detuvo. Se derrumbaron postes de luz, semáforos y aires acondicionados. Se cayeron monumentos, antenas y cables de teléfono. Calesitas y quioscos enteros se vinieron abajo. Y cuando los ciudadanos creyeron que ya nada más podía caerse, entonces se derrumbaron las paredes, y luego los toldos, y luego los techos. Y uno caminaba por la calle y un balcón se le desplomaba en las narices, y las barreras de los trenes partían autos por la mitad, y cada cuatro o cinco días algún desafortunado moría enterrado bajo el peso de mil ladrillos.

Ante tanta tragedia, los caminantes reaccionaron. El otoño sin fin los obligó a dejar de mirar baldosas. Forzados por las circunstancias, aprendieron a mirar el cielo.