domingo, 27 de junio de 2010

Mejor que cien volando

Pero el pájaro azul amaneció sin alas. Y entonces, claro, ya no pudo volar. Los otros pájaros rieron a carcajadas mientras abandonaban sus nidos y pintaban el cielo de pirueta y de vaivén. Se alejaron a los gritos, rumbo al horizonte. Querían llegar al Sol. El pájaro azul suspiró de tristeza y dudó un instante. Entonces, todo orgullo, saltó de la rama al suelo. Y empezó a caminar.

lunes, 14 de junio de 2010

Casa Tomada (la otra)

Es verano en Buenos Aires, y las paredes del departamento transpiran humedad y mosquitos. El espacio es diminuto: un dormitorio, un baño, un ambiente que hace de cocina y sala, y un balconcito a la calle. Romilda lava los platos y enredada en detergente siente que se ahoga. Dos metros atrás, desde el sillón verde, Horacio fuma y le mira el culo.

Y entonces, el ruido. Desde el baño. Un ruido vivo, terrible. Un ruido que los envuelve. Ellos contienen el aliento y se miran; no hablan, pero comprenden. En el departamento ya no están solos.

Romilda cierra la canilla y corre hacia la cómoda. Las manos le vibran cuando abre el segundo cajón. Bucea en él hasta dar con la llave que busca. Entonces, sin hacer ruido, se acerca a la puerta del baño y la cierra. Se voltea y mira a Horacio. El miedo ha desaparecido en el rostro de él, que no puede más que sonreír. Ahora los dos vuelven a respirar. Y Romilda cocina, y ellos cenan, y se acuestan y se duermen tranquilísimos. Saben que están a salvo.

Al principio les resulta complicado desprenderse del único baño del departamento, pero con los días Romilda y Horacio aprenden a bañarse en la cocina y a hacer pis en el balcón o en el bar de turno, sin que la sonrisa se les despegue. No pueden más que sentirse afortunados. Todavía conservan el dormitorio, y la sala, y la cocina, y el balcón.

Pero entonces. Ocurre que una noche, mientras Romilda y Horacio cenan, el ruido se repite: seco, profundo, esta vez más cerca. Desde el dormitorio. Horacio se levanta despacio y sin perder la calma camina hacia la puerta entreabierta. La cierra con llave.

-Hoy dormimos en el sillón- dice entonces, y las palabras le salen aterciopeladas, nostálgicas.

Romilda levanta la mesa y Horacio la espera. Se acuestan como pueden, contorsionando piernas y espaldas. Hace mucho que no están tan cerca. El calor y la proximidad los encienden y esa noche hacen el amor. Se duermen transpirados, enredados y tranquilos.

Son las tres de la mañana cuando sucede. El ruido los despierta, más fuerte que nunca, palpitando en cada rincón de la sala. Romilda y Horacio se levantan rapidísimo. Se visten como pueden, envueltos en noche.

No se llevan más que la mano del otro apretada entre los dedos. Cruzan la puerta y la cierran. La llave gira y les devuelve un clic. La tiran en una obra en construcción, con el deseo profundo de que se funda con la tierra. De que nadie la encuentre. Nunca. En el departamento no hay lugar para nadie más.