jueves, 20 de enero de 2011

Otoño

Las arrugas se le desdibujaron una tarde de abril. Un viento con olor a nuevo las borró de un soplo y él no pudo más que festejar. Tenía ahora la piel suave y lisa de quien acaba de llegar al mundo, y se sentía ochenta y cinco años más liviano. Más limpio. Pero las arrugas no se habían marchado solas. No. Cada arruga era en realidad la huella de un beso. Y en cada pliegue dormía el olor del pasto recién cortado, el calor de un dedo en el ombligo, el gusto a mar de labios ajenos y tan rojos. Cada surco escondía cartas y primaveras; fotos descoloridas, pies enroscados y el ventanal.

Unos días más tarde, comprendió. La idea viscosa le trepó por la garganta. Quiso vomitar de vértigo o de miedo. No pudo. La arcada no fue más que eso. Adentro, no quedaba nada.




texto felizmente publicado en BLA :)