martes, 5 de julio de 2011

Aspirando oliverios

De una trompa de falopio, desde la última habitación de la torre infinita de esa vagina de muela y de acero, le brotó de repente una sombra. Una sombra de prostituta amarilla o de rana reventada, una sombra que se le salió entre las piernas como avispada por un ejército de policías de un solo ojo, una sombra con cuchillo lista para arrancar todos los roces y los tendones. Con los pies todavía ásperos de caminar sexo contra las piedras y la nariz moqueando el semen podrido de algún perro medio loco, ella cerró bien fuerte las piernas y así se tragó todos los días y los fantasmas.

Le estallaron dentro como una multitud de payasos perversos, un avemaría en el tarareo de una gaseosa ya tibia. Y cuando todas las penas y todas las pulgas que durante tantos viernes habían quedado escondidas en el baúl del cielo le empezaron a crecer entre los ojos como la hierba tosca del mismísimo infierno, ella no se sorprendió, más bien se arrancó el pelo veloz como las sirenas o los aviones de guerra listos ya para vomitar la bomba. Y entre eso que se dice dientes pero en realidad no es más que una fila de edificios arrugados sobre una vereda sin tiempo, entre esos dientes sucios y de halcón mal afilado a ella se le escapó una sonrisa como teñida de amapola, de espina en la espalda o de escalera caracol, una sonrisa que según dicen le cortó ahí mismo al mundo todas las venas.

Y mientras el universo entero llovía la sangre, mientras los hombres y los pelícanos se colgaban de los balcones y de las piletas de natación, mientras las ratas carcomían vacas muertas a la orilla de la ruta y las cucarachas emergían todas juntas de las tumbas para dar por fin el golpe, así, mientras el mundo patinaba como una naranja exprimida que aplastada por el ogro escupe hasta la última semilla, así abrió ella bien grandes las vaginas, las que guardaba en las axilas, las que se trenzaban en el vello de las piernas, todas y cada una de las que le habían brotado entre los dedos de los pies durante tantos años y tanto pis y tanto flujo mal traído, todas las vaginas se abrieron juntas como la boca fértil del lobo, hasta vaciarse de broncas y de telarañas caducas.

Y allí se instalaron los que sobrevivieron al derrumbe, en los huecos de esa mujer enorme y caliente y hecha toda de savia rabiosa. Sus vulvas fueron vientre, hogar repleto de larvas que pronto se llenaron de pelos y de penes y de nueces. Y entonces, ni de una costilla ni de una manzana ni de la explosión de la onceava partícula de la locomotora del a-de-ene, sino más bien de la ternura de esa mujer tan llena de agujeros y de peces nacieron los nuevos hombres, los pobres tipos que cada tanto y si se animan abren los labios sellados de esa gran vagina madre y me golpean la puerta para pedirme un calmante, o aunque sea una tacita de café.