jueves, 20 de enero de 2011

Otoño

Las arrugas se le desdibujaron una tarde de abril. Un viento con olor a nuevo las borró de un soplo y él no pudo más que festejar. Tenía ahora la piel suave y lisa de quien acaba de llegar al mundo, y se sentía ochenta y cinco años más liviano. Más limpio. Pero las arrugas no se habían marchado solas. No. Cada arruga era en realidad la huella de un beso. Y en cada pliegue dormía el olor del pasto recién cortado, el calor de un dedo en el ombligo, el gusto a mar de labios ajenos y tan rojos. Cada surco escondía cartas y primaveras; fotos descoloridas, pies enroscados y el ventanal.

Unos días más tarde, comprendió. La idea viscosa le trepó por la garganta. Quiso vomitar de vértigo o de miedo. No pudo. La arcada no fue más que eso. Adentro, no quedaba nada.




texto felizmente publicado en BLA :)

5 comentarios:

  1. Joyita de un gran libro.
    Te quiero

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  2. Me encanta este!!!!!!! Para cuando las otras estaciones??
    Te quiero
    JD

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  3. Cuánta nostalgia linda transmite lo que escribiste... Me encanta, quiero seguir pasándome por acá. Ochenta y cinco años no son nada si cada arruga, cada surco guarda recuerdos aún más profundos.

    Saludos,
    Jack, de "Mientas duerma la osa"

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  4. Con mis recientes 46, espero seguir acumulando arrugas. Es veradad que en cada una se acumulan un montón de cosas; pero pocas tan lindas como los rastros que nos dejan nuestros seres más queridos: vos son una de las encargadas de que mis arrugas tengan suficientes huellas.
    FB

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