A la muerte le faltan dientes para desgarrar el recuerdo. Banderas descoloridas por el hambre, ojos cegados de tanto cielo, boca que muerde una vez más la humedad tibia del grito, la tersura del grito rojo atravesado en la garganta, boca que aprieta cada vez más fuerte, como amarrando con los dientes un conejo muerto o un último grano de libertad. Pies gastados de trinchera, de carta velada, de calle vacía, pies perdidos en una ciudad que mira siempre para el otro lado, pies vencidos que se entumecen con el recuerdo del frío en una semilla de viento. A la muerte le falta el casco, y el arma, y el cuerpo. Las noches en vela lamiendo heridas a la orilla de un recuerdo, tejiendo en las nubes un cuerpo desnudo y una cama blanda, las botas mojadas, la espalda hecha piedra, la almohada de barro que dibuja un abrazo, una ducha tibia, una taza de sopa. Los ojos tumbados para no ver las bombas, la mano del compañero frotándote una chispa de calor, y entonces el chiste vacío, la sonrisa de humo, las lágrimas clavadas entre los párpados rotos, la foto deshilachada que se pudre en el bolsillo, cada vez más blanca, cada vez más lejos. A la muerte siempre le faltará más muerte. La mano que tiembla y aprieta el gatillo, el cuerpo desplomado sobre un surco de escarcha, la inocencia atrofiada en el borde de un pulmón, las ganas perpetuas de llorar sangre, de llorar culpa, de llorar viento que te empuje al otro lado del mar. Y entonces los aviones, serpientes del aire, anguilas de hielo, el monumento absurdo, la mentira evidente, la angustia tímida pegada al televisor, y los barcos que se hunden, las cabezas flotando, los cuerpos hinchados de tanta agua y de tanta sed, los cuerpos robados de sus nidos de savia, los cuerpos envejecidos tan de repente, arrastrados por la ola, el fusil y la espuma germinando laureles, los cuerpos que yacen alineados y prolijos y tan brotados de ausencia. Y es que a la muerte le sobran las vidas. En sus bolsillos de musgo negro colecciona pelos, relojes, billetes. Islas enteras. A la muerte, ladrona, siempre le faltarán más guerras.
lunes, 11 de abril de 2011
Sobras
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Sos una genia! no muchos le pueden poner poesia con altura a lo sinistro. Enrique Pichon Riviere (fundador de la Psicologia Social argentina) acuñó un término,analizando textos del Conde de Lautremond, diciendo que se puede ir de lo sinistro a lo maravilloso, que en definitiva es lo que sería "pulsion de vida" (ethos), bueh...no te quiero enroscar con tanta cháchara. Bellisimo texto, una vez mas! beso grande!
ResponderEliminarBuenisimo. Quedo genial. Es realmente estremecedor. Coincido con Sil en que lograste transformar algo terrible en super poetico.
ResponderEliminarSegui asi (suena a comentario de escuela secundaria)
Besotes
Este se me estranguló un poco en la garganta...Es que para mi generación todo eso quedó "atravesado" y todavía duele....las palabras no sanan, pero estas que escribiste ayudan.
ResponderEliminarFB