viernes, 10 de septiembre de 2010

Deshojas

El otoño no terminó nunca. Pasaron los julios y los septiembres. Uno a uno se desplumaron los calendarios, pero el invierno no llegó, y la primavera tampoco.

Las primeras en caerse fueron las hojas. El viento frío las barrió de un bostezo. Inundaron las veredas y las plazas, y cuando ya no quedó una sola hoja en pie, entonces comenzaron a caerse las flores, y luego las ramas, y luego los troncos. La ciudad se vació de verdes, pero el viento no se detuvo. Se derrumbaron postes de luz, semáforos y aires acondicionados. Se cayeron monumentos, antenas y cables de teléfono. Calesitas y quioscos enteros se vinieron abajo. Y cuando los ciudadanos creyeron que ya nada más podía caerse, entonces se derrumbaron las paredes, y luego los toldos, y luego los techos. Y uno caminaba por la calle y un balcón se le desplomaba en las narices, y las barreras de los trenes partían autos por la mitad, y cada cuatro o cinco días algún desafortunado moría enterrado bajo el peso de mil ladrillos.

Ante tanta tragedia, los caminantes reaccionaron. El otoño sin fin los obligó a dejar de mirar baldosas. Forzados por las circunstancias, aprendieron a mirar el cielo.

4 comentarios:

  1. Me encantó negri!!!!!!!! Te quiero un montón.
    Yo

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  2. Uff ! Perfecto !




    ENTRE LAS SOMBRAS

    Dios calla
    doblado en posición fetal
    sonámbulo
    lejos del mundo.

    Mete su lámpara en la noche
    como a una alberca de brea en polvo.
    Ve un torbellino de destrozos
    no se asombra, no se entristece,
    no siente cosquilleo en la piel.

    El hombre sigue su camino de niño enfermo
    forastero de sí.




    anuar.

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